Saludos cordiales, queridas merodeadoras y, por qué no, merodeadores que por ahí puedan circundar.
En el presente post vengo a traerles un poema que, si bien es convencionalmente atribuido a Borges, puede tener su autoría real en la figura de Don Herold o Nadine Stair, allá por los albores o medianías del s. XX. El poema en cuestión se denomina "instantes", y supone una reflexión amena –pero no por ello carente de profundidad– sobre la condición vital que confecciona las existencias humanas.
Tal y como el lector podrá divisar, los temas esenciales tratados en el poema conciernen a la veloz temporalidad de la propia existencia, haciendo especial hincapié en las bifurcaciones decisivas que determinan lo que hemos sido y somos. Junto con el texto reflexivo de las "vergüenzas" en este blog escrito no hace mucho tiempo, este poema se torna herramienta de pensamiento fundamental para aquellos que desean hacer de su vida una experiencia valiosa, virtuosa, íntegra. La conclusión en cualquiera de los casos, a mi entender, es la misma: vive de tal forma que esta existencia emerja en ti tan abrumadamente bella que hasta el dolor merezca la pena ser sentido en las entrañas más íntimas de tu ser.
Sin más dilaciones, les dejo con "instantes" en la versión femenina que correspondería, por caso, a Nadine Stair:
Si pudiera vivir nuevamente mi vida, en la próxima trataría de cometer más errores. No intentaría ser tan perfecta, me relajaría más. Sería más tonta de lo que he sido, de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad. Sería menos higiénica. Correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría más atardeceres, subiría más montañas, nadaría más ríos. Iría a más lugares adonde nunca he ido, comería más helados y menos habas, tendría más problemas reales y menos imaginarios.
Yo fui una de esas personas que vivió sensata y prolíficamente cada minuto de su vida; claro que tuve momentos de alegría. Pero si pudiera volver atrás trataría de tener solamente buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, sólo de momentos; no te pierdas el ahora.
Yo era una de esas que nunca iban a ninguna parte sin un termómetro, una bolsa de agua caliente, un paraguas y un paracaídas; si pudiera volver a vivir, viajaría más liviana.
Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalza a principios de la primavera y seguiría descalza hasta concluir el otoño. Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres, y jugaría con más niños, si tuviera otra vez vida por delante.
Pero ya ven, tengo 85 años... y sé que me estoy muriendo.
*
Por azar o por suerte, por casualidades o causalidades, a nosotras nos resta 60 años, nada más y nada menos, el poema. Aprovechemos con gozo en la medida de lo posible, pues, nuestra juventud.
Buceando por el espacio cibernético, encontré un blog –aparentemente feminista– muy interesante en el que se reflexionaba sobre la vergüenza. Resulta que para alcanzar una auténtica liberación es menester reconocer nuestras limitaciones, asperezas, represiones y vergüenzas. De ahí la importancia que, a mi entender, posee este texto. Sin más dilaciones les animo a vivir vuestras vidas desembarazadas de vergüenzas propias o ajenas. ¡Por una vida libre, pacífica y emancipadora!
<<Me enseñaron la vergüenza.
Me enseñaron a avergonzarme de mi cuerpo, de mis actos, de mis pensamientos.
Me enseñaron que lo que pienso es absurdo, que lo que hago es ridículo, que lo que deseo es sucio.
Y aprendí a no decir lo que pensaba, por vergüenza de que alguien a mi alrededor pensara algo mejor.
Y aprendí a no hacer lo que me apetecía, por vergüenza de que alguien a mi alrededor creyera que era inoportuno.
Y aprendí a no perseguir lo que deseaba, por vergüenza de que alguien a mi alrededor opinara que era inapropiado.
No contenta con someterme a la mirada externa, me plegué también a la vergüenza ajena.
Y aprendí a preguntarle a la vergüenza cómo vestirme, no vaya a ser que alguien pensara que voy buscando gustar, destacar. Y aprendí a escuchar a la vergüenza al desnudarme, no vaya a ser que me sintiera cómoda en mi cuerpo, y me acostumbrara a enseñar(me)lo sin miedo. Y aprendí a consultar con la vergüenza antes de abrir la boca, no vaya a ser que dijera sin filtro lo que me pasa por la cabeza, y se enterara la gente.
Y dejé de bailar, de reír a carcajadas, de rascarme el culo, de preguntar lo que no entiendo, de opinar lo que pienso, de compartir lo que siento, de pedir ayuda, de ponerme faldas, de ir a la playa, de comer o llorar en la calle, de ir sin sujetador, de pintarme, de salir sin pintar, de bajar a la calle despeinada, de usar esa ropa que dicen que no me pega nada, de llamar a quien echo de menos, de tomar la iniciativa, de decir que no, de decir que sí, de quejarme, de vanagloriarme, de estar orgullosa, de admitir que estoy asustada.
Y, a base de sentirme cada día más avergonzada, entendí que mi vergüenza nunca iba a sentirse saciada. Que toda la vida iba a imponerse entre yo y mi representante impostada. Así que busqué a mi sinvergüenza interna. Y le costó salir un poco, le daba vergüenza. Pero acabó sacándome a bailar, haciéndome dúo al cantar, saliendo conmigo a la calle con la cara sin lavar, animándome a hablar, a ignorar las cosas que me deberían avergonzar...
Y ahora no tengo tiempo para sentir vergüenza. Estoy ocupada viviendo.>>
FUENTE de texto: http://www.faktorialila.com/index.php/es/blog/82-faktoria-lila-web/blog/155-ensenar-las-vergueenzas
El deseo muere automáticamente cuando se logra:fenece al satisfacerse. El amor, en cambio, es un eterno insatisfecho"
José Ortega y Gasset
A la vuelta, acordamos
no vernos más. No de aquella manera. Se acabarían los encuentros tramadamente casuales
en algún lugar de la playa, los besos a escondidas y las palabras que ardían. Dejar
en Brasil todo lo que había sucedido allí. Lejos. Enterrarlo y olvidarlo. Era
lo mejor.
Ya llevaba tres semanas en casa, con la
rutina de siempre. Deliciosa rutina. También en el trabajo todo continuaba
igual, con la salvedad de aquellas miradas que sentía en la espalda cada vez
que pasaba por su sección o cuando venía a mi zona de trabajo con la excusa de
un inocente café -y esto lo hacía muy a menudo-. Sabía que me buscaba con sus
ojos de gato, que quería contactar conmigo a ese nivel íntimo sin palabras que
habíamos alcanzado en otras tierras menos peligrosas. Pero ahora yo lo evitaba.
Podría decir que lo trataba como a un compañero más, pero lo cierto es que lo
trataba con total indiferencia. Aquellos ojos felinos representaban un riesgo
para mi vida, una pérdida de la cordura que tanto me caracterizaba, y que tanto
descuidé en Brasil.
La tercera semana, como comentaba,
ocurrió una de las cosas que más temía: recibí un mensaje suyo a mi teléfono
privado. "No puedo cumplir" se podía leer en el vacío de mi enorme
pantalla de cristal. Su “no puedo” podía significar dos cosas: o era una
declaración de guerra o un reconocimiento de debilidad. En cualquiera de los
casos me aterraban los límites a los que podía atreverse a llegar con la
bandera de ese “no puedo”. No lo conocía lo suficiente en el plano personal, en
su ambiente cotidiano, como para saber de qué era capaz o qué albergaba su
interpretable mensaje. Nuestra "relación" solo duró el tiempo en
realizar aquel trabajo en el extranjero. Y ni tan siquiera eso. Sólo los huecos
ciegos de apenas dos meses. Pequeños ratos discretos que encontrábamos entre
las horas laborales, las visitas turísticas con nuestro equipo y los descansos.
No sabía hasta qué punto sería capaz de
llegar, y me aterrorizaba que fuera una persona terca o sintiera despecho por
mi actitud.
Decidí no responderle. En cuanto tuviera
oportunidad, cuando me lo encontrara a solas, con gestos neutros, y como hasta
ahora, fríos e indiferentes que no me delataran ante las miradas de aquellos
ávidos de cotilleos, le hablaría claro. Hicimos un trato. Dejarlo todo atrás,
donde tuvo lugar.
La mañana transcurrió con mucha
tranquilidad. Apenas teníamos trabajo, y mis compañeros charlaban sobre las banalidades
de siempre. Esto hizo que tuviera más tiempo para pensar en hipotéticas
reacciones y desenlaces y que mi miedo fuera creciendo con cada situación
funesta que imaginaba. Imaginaba muchas, y cada cual peor
Vino a tomar café a eso de
las 11:30, en el punto álgido de mi congoja. En el ambiente distendido que
reina cuando tenemos una visita en un día sin demasiado trabajo, él se desenvuelve
con soltura. Tiene un no sequé que fascina a todo el que le rodea. Hace bromas,
cuenta historias divertidas, habla con sentido común, y todo el mundo le atiende.
El ambiente se vuelve más alegre -o eso me parece-, todos se animan al
escucharlo. Excepto en esas contadas veces cuando lo que lo caracteriza es todo
lo contrario. Se vuelve apesadumbrado, sombrío y su rostro parece tenso y
hostil. Cualquiera piensa que de un instante a otro puede estallar de furia.
Nunca lo he visto explotar, pero en esos momentos no hay mucha gente que se le
acerque a darle la oportunidad.
Aquella mañana estaba en uno de esos
raros días. Callado y rígido. Yo, al igual que mis compañeros, estaba sentada a
la mesa alta que teníamos en el cafetín, mostrándome lo más serena que podía. Los
taburetes, altos también, dejaban mis pies colgando, y los sentía moverse levemente
con cada uno de los latidos que no esperaban su turno dentro de mi pecho.
Se preparó su café en la máquina Tassimo
con torpeza. Su habitual porte felino se había esfumado. Seguía cada uno de sus
movimientos sin mirarlo. Podía sentir sus pasos largos, rápidos y pesados, buscando
cucharillas, azúcar, servilletas o lo que fuera sin mucho éxito. Lo sentí
quejarse y maldecir por lo bajo justo detrás de mí. Se había quemado las yemas
de los dedos. Los demás seguían hablando, comentando cosas sin demasiada
importancia y parecía que no se percataban de aquel manojo de nervios andante. Se
colocó a mis dos, algo alejado del grupo y apoyándose en el alfeizar de la
puerta comenzó a soplar y a darle pequeños sorbos a su vaso. Yo intentaba aplacar
mis nervios con pensamientos racionales y los disimulaba con mi talante sosegado
de siempre. No obstante, mis vísceras, a las que intentaba calmar, consiguieron
desatar los lazos de mi raciocinio, y durante un instante, un breve instante,
una fuerza más poderosa que mis nervios me giró la cabeza y mis ojos en su
dirección. Me estaba mirando. Directamente. Con tirantez. Atento, como si no
hubiera nada más, tensando el aire que nos separaba, y lleno de palabras que no
comprendía. Nunca lo había visto así, tan agarrotado. Si hubiera sido un gato
de verdad habría tenido las orejas curvas, protegidas, las pupilas dilatadas y
la cabeza enterrada en los hombros en posición de ataque.
No creo que aquel contacto durara más de
un segundo. De verdad, no lo creo. Pero la tensión fue tal que casi me caigo
del taburete. Las palpitaciones me aumentaron y empecé a notar mi habitual calor
en las mejillas y en la frente. Me di la vuelta con el disimulo de prepararme
un té, dándole la espalda a todos los compañeros y escondiendo así mi rostro
delator. Cuando conseguí serenarme volví a girarme, y él ya no estaba. Ni
rastro. No se despidió, no hizo ningún comentario, no dijo su habitual –y no
siempre cierto- "luego vengo". Nada. Simplemente desapareció. Como
hacen los gatos.
No encontré ningún momento para hablar
con él. Ese día estuvo perdido. No quería salir de la oficina y estar
preocupada toda la tarde por lo que fuera capaz de hacer.
A las 15:00 en punto terminaba
nuestro turno. Normalmente a esa hora el hambre me devora, pero aquel día tenía
un nudo de nervios que me impedía sentir cualquier otra cosa que no fuera
pánico. La cola en la puerta era, como siempre, interminable. El protocolo es
fichar y salir por la puerta de seguridad.
Existe una única puerta para el edificio y cada persona tiene su ritmo. De ahí
las colas a la misma hora. En fin.
Cuando me acercaba a la fila, mi corazón
volvió a saltar del susto. En penúltimo lugar estaba él, con los ojos aún
tensos y la mirada inquieta. No se giró ni una sola vez, aunque sé que sabía
que sólo nos separaba una persona -es demasiado observador-. Yo procuraba
mirarle lo menos posible, aunque desde mi sitio lo notaba nervioso. Hasta
que llegó su turno para fichar y salir no pude relajarme un poco. Sin embargo,
mientras empezaba el ciclo de salida de mi compañero, pude ver, a través de los
cristales de la puerta, que se había detenido. Estaba acuclillado, haciendo no
sequé cosa a la altura de sus pies. Quizá algo con sus zapatos. Aunque yo sabía
lo que estaba haciendo realmente: intentando ganar tiempo para esperarme y
"encontrarme casualmente". Maldición. Mi compañero terminó y lo pasó
de largo. Ahora me tocaba a mí y con cada paso que daba mis piernas temblaban y
mi mente intentaba ordenar los pensamientos y las palabras a toda velocidad.
Al llegar a su altura se irguió y me
miró con todo descaro.
-Has recibido mi mensaje- afirmó.
Habló rápido pero con aplomo y claridad. Teníamos que decirnos todo cuanto
antes. No había mucho tiempo, pues de camino al parking seríamos objeto de
miradas fisgonas. Teníamos que cuidarnos especialmente porque desde hacía mucho
tiempo -antes incluso de que comenzara todo este lio- ya éramos objeto de
murmuraciones malévolas. No era de extrañar teniendo en cuenta que desde que
llegué a la empresa fui objeto de su protección. Le caí en gracia desde el principio,
y se puede decir que me apadrinó, buscando siempre las mejores condiciones para
mí, liberándome de ser devorada por víboras y levantando así las
sospechas de los malpensados y las invenciones de los envidiosos. Cuando le
respondí, ya teníamos al siguiente compañero siguiéndonos en la misma
dirección.
-Tienes que dejar de hacer esto. Hicimos
un trato. Cúmplelo, por favor. Nos podemos meter en un buen problema. Y yo lo
paso muy mal.
-¿Lo pasas mal? -¿ironía o sorpresa?
Aquello no lo entendí- ¿En serio quieres dejarlo todo atrás? -al mirarme sentí
toda su fuerza en mí. Ya conocía ese ímpetu suyo en la intimidad, y comencé a
preocuparme seriamente por si alguien lo estuviera viendo. Era tan obvio su
deseo que cualquiera lo hubiera sentido. Y continuó -Sé que no. Esto es muy intenso.
No me había pasado antes. No es normal. Intentar aplacarlo sería un crimen
contra nosotros mismos además de imposible. No puedo. De verdad que no puedo.
-¿Y si te digo que sí que quiero acabar
con esto de una vez por todas qué harás? – Quería saberlo. Quería saber hasta
dónde llegaría. Si era una amenaza o una rendición. Nos acercábamos a mi coche.
El suyo estaba varías filas más adelante. Tendríamos que separarnos en varios
pasos.
Dudó al responder. Abrió la boca y se
contuvo. -Me volveré loco- respondió simplemente.
Las piernas me temblaron aún más.
Aquellos ojos tomaron por un breve instante forma de tristeza gatuna. Se repuso
rápidamente y pretendió seguir hablando, pero ya mis barreras estaban
convertidas en diminutos corpúsculos de arena. Aquella debilidad que sentía
sólo por la variación de sus ojos se hizo poderosa y doblegó cualquier atisbo
de cordura que quedara en mí después de aquel loco viaje.
-Está bien, gato –respondí.
No volví a mirarlo, pero él entendió a
la perfección lo que quise decir. Llamarle gato implicaba muchas cosas. Aquel
apelativo escondía connotaciones que sólo él y yo entendíamos. Connotaciones
que en aquella tierra que pisábamos ahora implicaba peligro. Aquella apuesta
podía haberse tachado de pueril, pero era inevitable.
Me metí en el coche y lo encendí,
recuperando poco a poco la razón y entendiendo -y aceptando- lo que acababa de
suceder. Sonreí ligeramente. Y automáticamente volvió a mí un tipo de remordimiento
en la boca del estómago que había conocido sólo en Brasil. Un remordimiento que
olía a mar, sabía a sal y que variaba según bailaban los ojos de un gato.
Hoy, 27 de Octubre de 2013, hallo
impávido el día; lúgubremente gris se acuna en el sosiego de la niebla.
Enclaustrada en arritmias musicales de vespertinos sueños y falsas ofrendas
poéticas, me animo a escribir sobre aquella tarea anteriormente propuesta: la
de reflexionar sobre la relación entre los estados anímicos y la música.
La música es y, aparentemente, siempre
ha sido uno de los condimentos más sutilmente demandados en la existencia
humana; sus desvaríos múltiples, transparentes y opacos preludian reuniones e
incomprensiones varias. A través de sus proteicas expresiones melódicas cientos
de seres humanos han amalgamado sus sentires en un intento –veces fallido,
veces acertado– de aglutinar sus perennes penas y transmutarlas en júbilos
esporádicos. Mas no es nuestra intención sostener vehementemente que la música
tiene un carácter funcional único e irrefutable, pues entraríamos de lleno en
el equívoco de las presunciones sociológico-positivistas que causalidades
impusieron a los vacíos existenciales. No, la música, en toda su luz y
oscuridad, se expande allá donde los recovecos del olvido han creído fallidamente llegar:
desde la sencillez durmiente en los páramos inhóspitos de la naturaleza callada
hasta la complejidad extrema de un universo que inconmensurable azota nuestro
engreído orgullo antropocéntrico.
¿Quién no ha descubierto alguna vez, meditando
“en” y “sobre” la música, ese mar multiforme de sensaciones vacuas y
estridentemente desbordantes inundando su interior? ¿Quién no ha sentido su ser
exiliado en las estepas de los tangos inquietos, las arias secretas o los
arpegios inciertos? ¿Quién no ha visto temblar su ser en el pálpito de una
arritmia musical que difumina los contornos espacio-temporales de todo ente
autoconsciente? ¿Quién no ha sucumbido silenciosamente en las melodías ocres de
una música hipnotizante, resbaladiza, pueril? ¿Quién no ha sido huida en el
remanso fiero de los vivos pensares y dolores muertos que melodías balsámicas
tornaron posibles en el auspicio del destierro? ¿Y quién no ha visto sonrisa
arrancada, cuando no lágrima robada, del rostro sorprendido por la sórdida
ternura y fulgurante belleza del (des)concierto musical?
La música, en cualquiera de sus
formas, se erige en la sintonía de su regazo ambivalente fuerza motriz. En ella
y con ella nos movemos. Ella, en su constitución poliédrica, puede ser a la vez
antídoto de sufrimiento, removedora de nostalgias, cultivadora de melancolías o
arquitecta de alegrías. Ahora bien, el diálogo que aquí nos concierne pretende
gravitar, mayormente, siguiendo la estela elíptica de las emociones y su
correspondencia, si la hay, con patrones musicales varios.
Tal y como sabemos, el ser humano es
capaz de percibir un gran abanico sonoro mediante el sentido del oído1.
La audición, producto de la extraordinaria ingeniería fisiológica que impera en
nuestra biología, es engañosamente simple: unas moléculas se mueven en un “medio
continuo”2 generando ondas determinadas acorde con las características
físicas de la fuente sonora; dichas “ondas viajeras”3 se propagan
–generalmente a través el aire– sobrepasando, con mayor o menor éxito,
fronteras materiales diversas hasta llegar –con suerte– a la cadena de huesos
más ínfima del cuerpo humano. En el oído medio las ondas sonoras se convierten
en fluctuaciones mecánicas (transducción) que, integradas con posterioridad en
el nervio auditivo, son transmutadas a su vez en impulsos eléctricos. Las
células nerviosas de nuestro cerebro, las neuronas, procesan en el lóbulo
temporal el sonido en cuestión, ahora convertido en resplandeciente actividad
eléctrica. Aquí nuestro encéfalo, en la complejidad de la interacción
bioquímica que lo constituye, interpreta susodichos impulsos eléctricos en imágenes
sonoras y melodías bien definidas y concretas.
Si bien estos procesos sensoriales y
perceptivos han sido adecuadamente estudiados, cabe plantear una cuestión no menos llamativa
y tentadora: ¿cómo estas reacciones físico-químicas que determinan lo que
percibimos como melodías o sonidos armónicos inciden en la configuración de
nuestras sensibilidades musicales? En otras palabras: ¿de qué manera, una vez
dado el paso del fenómeno físico al fenómeno psíquico, surgen recuerdos,
emociones o acciones impulsadas por el cariz melódico de una pieza musical
particular? Podríamos aventurarnos a decir, tomando en consideración el primer
post de esta serie, que la sensibilidad estética posee cierta dependencia
relativa de la experiencia sujeto-mundo, de tal modo que la relación
sujeto-música constituye una experiencia única, un acontecimiento en el que una
complejidad sonora se torna genuinamente coherente y accesible para uno o
varios sujetos según el carácter de sus vivencias.
En virtud de los grados y cualidades
experienciales que un sujeto posea con respecto al campo sonoro de las melodías
y armonías, la imaginación y el razonamiento fraguarán estilos diversos de
sensibilidad musical. Lo que nos interesa desentrañar, llegados a este punto, son
las posibles correlaciones entre estados anímicos-emocionales diversos y
tendencias musicales concretas. Para aclarar el propósito de nuestras
reflexiones, consideramos propicio señalar aquellos postulados teóricos que
describen las cualidades físicas de los colores y su correspondencia con
estados psicológicos específicos. Atendiendo a la física del color –muy a
grandes rasgos–, las diversas longitudes de onda de la luz permitirían al ojo
discernir un color de otro. Ahora bien, la reacción psicológica que nuestra
mente/cuerpo desencadenaría a partir de la sensación del color es lo
auténticamente sorprendente: las ondas, según su frecuencia y longitud,
provocarían estados psicológicos disímiles: allá donde las longitudes de onda
más largas –correspondientes a colores más claros y llamativos (rojo, naranja,
amarillo,…)– transmiten sensaciones de excitación, fulgor y pasión, las
longitudes de onda más cortas –correlativas a colores más oscuros y sutiles
(azules, violetas o liláceos)– despertarían sensaciones de calma, quietud y
seguridad.
Es por ello que, sobre la base de las
reflexiones anteriores, nos aventuramos a cuestionar si existe alguna
correspondencia entre las cualidades concretas de un campo sonoro y un estado
psico-emocional determinado. Acorde con la terapia alternativa basada en la
música, esto es, la “musicoterapia”4, las diversas manifestaciones
melódicas tendrían la capacidad de armonizar, potenciar y mejorar determinadas
aptitudes o estados psicoafectivos. Veamos lo que la enciclopedia virtual “Wikipedia”
nos dice al respecto:
<<La musicoterapia es el manejo de la música y sus elementos
musicales (sonido, ritmo, melodía y armonía) realizada por un musicoterapeuta
cualificado con un paciente o grupo, es un proceso creado para facilitar,
promover la comunicación, las relaciones, el aprendizaje, el movimiento, la
expresión, la organización y otros objetivos terapéuticos relevantes, para así
satisfacer las necesidades físicas, emocionales, mentales, sociales y
cognitivas.>>5
Si atendemos las cualidades físicas
de los sonidos, la frecuencia, la intensidad, el timbre y la duración vendrían a
determinar el carácter de ellos así como las cualidades del ritmo, la melodía y
la armonía, dando lugar a manifestaciones musicales diversas. Tomando como base
las aportaciones de la psicoacústica (rama de la psicología encargada de
estudiar la percepción del sonido) y la musicoterapia, aceptamos el reto de
elaborar un cuadro que manifieste, de forma amena y altamente sucinta, los
géneros musicales, sus principales cualidades sonoras y las sensaciones que
pueden causar:
[NOTA:queremos subrayar, antes de sumergirnos en la lectura
del cuadro, el hecho de que las nociones aquí descritas no pretenden forjarse
como “tendencias o definiciones inmutables” según el género musical; por el
contrario, se tratan de aspectos que, dado el carácter personal de las
percepciones, están abiertos al cambio. Del mismo todo, en el cuadro-resumen no se
hallan todos los géneros musicales; para no alargar demasiado el post hemos
decidido recurrir a los más nombrados].
INSTRUMEN-TALIZACIÓN Y VOZ
TIEMPO y RITMO
ALTURA
SENSACIONES QUE PUEDEN CAUSAR
BLUES
Género musical “negro”; destacan los instrumentos
de carácter africano y las técnicas de guitarras basadas en el "slide", "bend" o "vibrato". Cariz desgarrador en sus voces.
Patrón musical repetitivo de orígenes
afroamericanos.
Predominio de sonidos graves: "juegos de llamadas y respuestas".
-Promueve la acción o el movimiento.
-Estimula la creatividad y la abstracción.
-Melancolía y catarsis.
-Carácter reivindicativo.
-Despojo emocional.
ROCK
Influido por el blues. Principalmente recurre a instrumentos eléctricos (guitarra, bajo, órgano…) y percusión (batería).
Voces potentes.
Aunque se dan tiempos y ritmos lentos (60-80
pulsos por segundo), predominan los rápidos (100-160 pulsos/min.)
Sonidos mixtos, agudos y graves: fuerza y vivacidad.
-Excitación e impulso hacia la acción: motivación.
-Emociones intensas y anímicamente elevadas.
-Retención y liberación de tensiones.
POP
Instrumentos eléctricos y no eléctricos
(guitarra, bajo, piano…) y percusión (batería).
Alterna entre ritmos lentos, rápidos y
moderados.
Similar al rock, predominan sonidos mixtos y agudos.
-Motivación hacia la danza rítmica.
-Emociones alegres. Sentimientos de unión y
conmoción.
FLAMENCO
Por lo general, destaca el uso de instrumentos
manuales (guitarra española, castañuelas,…) o corporales (palpadas, pisadas,...).
Voces rasgadas y serenas.
Aunque el tiempo y los ritmos pueden ser
variados,
predomina la sistematicidad del carácter lento
y “adante”.
Variada. Características mixtas entre alturas
agudas y graves.
-Altas dosis de emocionalidad.
-Carácter nostálgico, vivaz y pasional.
-Despojo de emociones huracanadas.
TANGO
El acordeón y la armónica suelen ser
instrumentos recurridos.
Voz melosa y serena.
Ritmo sistemático, de carácter "juguetón".
Cualidades variadas y mixtas entre tonalidades
agudas y graves.
-Puede ser asociado a la expresión de
majestuosidad,
el equilibrio de ánimo y la pasión.
-Carácter nostálgico,melancólico y pasional.
JAZZ
Influido por el blues. Predominan los
instrumentos de viento madera, viento metal y percusión.
Ritmos y líneas melódicas muy diversas,
abiertas a la improvisación y al juego armónico.
Uso del "swing".
Altura derivada de la música africana y
afroamericana.
Cariz poliédrico.
-Se asocia con la creatividad.
-Incita a la acción o el movimiento liberador.
-Carácter reivindicativo y catártico.
SALSA
Destaca el papel de la percusión “latina”.
Voces agudas y vigorosas.
Estructura rítmica repetitiva que toma como base "la clave de son".
De influencia musical cubana. Sonidos de carácter agudos y mixtos.
-Desenvoltura.
-Sensualidad.
-Sinuosidad del temperamento.
-Promueve la organización del movimiento en la
danza con pareja.
RAP
Protagonismo destacado de la voz (sobre todo
con el “beatboxing”).
Uso de sintetizadores y música electrónica.
Instrumentos varios.
Ritmos sistemáticos y repetitivos con margen a
la variación.
Se recurre al “turntablism” (uso giratorio de discos).
Altura sonora variada y mixta con predominio de sonidos graves.
-Impulso hacia la reflexión y la crítica.
-El cariz de sus frases musicales es
eminentemente reivindicativo.
-Liberación de la rabia.
BALADAS
Protagonismo de voces dulces y melosas, también
rasgadas.
Instrumentos de cuerda y viento.
Ritmos lentos, opacos, pausados.
Sonoridad variada. Destacan los sonidos graves u
opacas.
-Predominio de emociones de pérdida, melancolía,
nostalgia y anhelo.
-Reconocimiento del dolor, la tristeza y lo imperecedero.
REAGGE
Guitarra, bajo, batería.
Destaca el efecto de la voz rasgada y el órgano
“Hammond”.
Ritmo relativamente lento y repetitivo.
Tonalidades mixtas.
-Evoca la introspección y expansión mental.
-Carácter reivindicativo.
-Estimula la reflexión.
MÚSICA CLÁSICA
Instrumentos propios de la orquesta sinfónica
(cuerda, viento-madera, viento-metal y percusión).
La mayoría de estos instrumentos fueron
inventados antes del s. XIX.
Tiempos y ritmos variados: uso combinado de
tiempos lentos, "moderatos" y “allegros.”
Su rango es de los más completos y amplios:
desde el modo alegre y vivaz de su aguda sonoridad hasta los sonidos lúgubres,
graves u opacos.
-Carácter majestuoso y solemne.
-Conexión espiritual.
-Experiencias de transcendencia o inmanencia
vital.
-Paroxismo, exaltación de emociones alegres y
nostálgicas.
-Promueve la creatividad, la relajación y la
introspección.
Acorde con el cuadro aquí expuesto,
cabe cuestionar: ¿es casualidad, o causalidad, que la música en la que
predominan sonidos graves, ritmos lentos y timbres oscuros se relacione con frecuencias
de onda sonoras bajas; correspondiéndose, en consecuencia, con estados emocionales alicaídos?
De la misma forma: ¿hasta qué punto las frases sonoras predominantemente agudas, con
ritmos rápidos y, por tanto, frecuencias altas, son correlativas a estados
emocionales febriles, pasionales y activos? Podríamos añadir, con todo ello, que la
sinuosidad de la línea melódica-armónica en cada caso acentuaría –o restaría– valor a tales
sensaciones. No obstante, pese a lo dicho, se torna imprescindible enfatizar que las correspondencias que puedan fraguarse entre las sensibilidades individuales y los géneros musicales siempre tienden a reflejar una
ponderación meramente orientativa; teniendo en cuenta nuestras reflexiones en enlaces anteriores sobre la relación "experiencia-sensibilidad-juicio
estético/juicio de valor", el juicio estético y, por ende, la sensibilidad son eminentemente subjetivos.
Sea como sea, queridas merodeadoras,
de ustedes depende la cualidad relacional que confeccionen con la compleja red
del universo musical. Probablemente, el entresijo de nuestro sentir a este respecto puede alinearse con aquella frase articulada por un Tchaikovski rebosante de
sapiencia: “En verdad, si no fuera por la música, habría más razones para
volverse loco”.
Tras estas reflexiones no puedo más
que dejar aquí, a modo de apología, un tema que expresa el carácter transcendental e imperecedero de la música. Esperando que les guste... Ahí va, con amor:
MÚSICA DE NACH – El Idioma de los
dioses
JZRP.
–––––––––––––––––––––––
1 Hasta ahora el umbral de audición estimado para el ser
humano se sitúa entre los 20 y 20.000 Hz.
2 Wikipedia lo define así:
<<Un medio continuo se concibe como una porción
de materia formada por un conjunto infinito de partículas (que
forman parte, por ejemplo, de un sólido, de un fluido o de un gas) que va a ser estudiado macroscópicamente,
es decir, sin considerar las posibles discontinuidades existentes en el nivel microscópico
(nivel atómico o molecular).>>
3Dicho muy sucintamente, las “ondas viajeras”, al contrario que las “ondas
estacionarias”, se propagan linealmente por el aire sin interferir unas sobre
otras. Para más información: http://www.eumus.edu.uy/docentes/maggiolo/acuapu/prp.html
4Cabe decir que no conviene concebir la musicoterapia como
una herramienta terapéutica que expide recetas “musicales” como quien otorga
paracetamol; más bien, habría de ser entendida como un procedimiento que
favorece: (1) determinadas cualidades físicas o habilidades comunicativas (por
ejemplo, la disfemia [o tartamudez] tiende a desaparecer mientras la persona en
cuestión canta); (2) el bienestar emocional (a través de la relajación); (3) y,
como consecuencia de todo ello, algunas capacidades cognitivas tales como la
concentración, la memoria (mediante estrategias mnemotécnicas) o imaginación
(creatividad).
5 Definición encontrada en Wikipedia; recurrimos a este
diccionario virtual por su fácil acceso y la general legibilidad de sus
contenidos de forma primaria. En relación a los géneros musicales encontramos lo
siguiente:
<<Un género musical
es una categoría
que reúne composiciones musicales que comparten distintos criterios de
afinidad.Estos criterios pueden ser
específicamente musicales, como el ritmo, la instrumentación,
las características armónicas o melódicas o su estructura, y
también basarse en características no musicales, como la región geográfica de
origen, el período histórico, el contexto sociocultural u otros aspectos más
amplios de una determinada cultura.>>
Estos géneros se clasificarían según
los siguientes criterios:
•Características melódicas, armónicas y rítmicas.
•Instrumentación típica.
•Lugar geográfico.
•Origen histórico y sociocultural.
•Estructura de las obras (canciones, movimientos, etc.).
•Normas y técnicas de composición e interpretación.