viernes, 29 de noviembre de 2013

Instantes...


Saludos cordiales, queridas merodeadoras y, por qué no, merodeadores que por ahí puedan circundar.

En el presente post vengo a traerles un poema que, si bien es convencionalmente atribuido a Borges, puede tener su autoría real en la figura de Don Herold o Nadine Stair, allá por los albores o medianías del s. XX. El poema en cuestión se denomina "instantes", y supone una reflexión amena –pero no por ello carente de profundidad– sobre la condición vital que confecciona las existencias humanas. 



Tal y como el lector podrá divisar, los temas esenciales tratados en el poema conciernen a la veloz temporalidad de la propia existencia, haciendo especial hincapié en las bifurcaciones decisivas que determinan lo que hemos sido y somos. Junto con el texto reflexivo de las "vergüenzas" en este blog escrito no hace mucho tiempo, este poema se torna herramienta de pensamiento fundamental para aquellos que desean hacer de su vida una experiencia valiosa, virtuosa, íntegra. La conclusión en cualquiera de los casos, a mi entender, es la misma: vive de tal forma que esta existencia emerja en ti tan abrumadamente bella que hasta el dolor merezca la pena ser sentido en las entrañas más íntimas de tu ser.

Sin más dilaciones, les dejo con "instantes" en la versión femenina que correspondería, por caso, a Nadine Stair:



Si pudiera vivir nuevamente mi vida, 
en la próxima trataría de cometer más errores. 
No intentaría ser tan perfecta, me relajaría más. 
Sería más tonta de lo que he sido, 
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad. 
Sería menos higiénica. 
Correría más riesgos, 
haría más viajes, 
contemplaría más atardeceres, 
subiría más montañas, nadaría más ríos. 
Iría a más lugares adonde nunca he ido, 
comería más helados y menos habas, 
tendría más problemas reales y menos imaginarios. 

Yo fui una de esas personas que vivió sensata 
y prolíficamente cada minuto de su vida; 
claro que tuve momentos de alegría. 
Pero si pudiera volver atrás trataría 
de tener solamente buenos momentos. 

Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, 
sólo de momentos; no te pierdas el ahora. 

Yo era una de esas que nunca 
iban a ninguna parte sin un termómetro, 
una bolsa de agua caliente, 
un paraguas y un paracaídas; 
si pudiera volver a vivir, viajaría más liviana. 

Si pudiera volver a vivir 
comenzaría a andar descalza a principios 
de la primavera 
y seguiría descalza hasta concluir el otoño. 
Daría más vueltas en calesita, 
contemplaría más amaneceres, 
y jugaría con más niños, 
si tuviera otra vez vida por delante. 

Pero ya ven, tengo 85 años... 
y sé que me estoy muriendo.


*



Por azar o por suerte, por casualidades o causalidades, a nosotras nos resta 60 años, nada más y nada menos, el poema. Aprovechemos con gozo en la medida de lo posible, pues, nuestra juventud.

*

Fuente: Instantes - Poemas de Jorge Luis Borges http://www.poemas-del-alma.com/instantes.htm#ixzz2m2C9zZzN

viernes, 15 de noviembre de 2013

Enseñar las vergüenzas

Hola queridas merodeadoras;

Buceando por el espacio cibernético, encontré un blog –aparentemente feminista– muy interesante en el que se reflexionaba sobre la vergüenza. Resulta que para alcanzar una auténtica liberación es menester reconocer nuestras limitaciones, asperezas, represiones y vergüenzas. De ahí la importancia que, a mi entender, posee este texto. Sin más dilaciones les animo a vivir vuestras vidas desembarazadas de vergüenzas propias o ajenas. 

¡Por una vida libre, pacífica y emancipadora!



<<Me enseñaron la vergüenza.


Me enseñaron a avergonzarme de mi cuerpo, de mis actos, de mis pensamientos.
Me enseñaron que lo que pienso es absurdo, que lo que hago es ridículo, que lo que deseo es sucio.

Y aprendí a no decir lo que pensaba, por vergüenza de que alguien a mi alrededor pensara algo mejor.

Y aprendí a no hacer lo que me apetecía, por vergüenza de que alguien a mi alrededor creyera que era inoportuno.

Y aprendí a no perseguir lo que deseaba, por vergüenza de que alguien a mi alrededor opinara que era inapropiado.

No contenta con someterme a la mirada externa, me plegué también a la vergüenza ajena.

Y aprendí a preguntarle a la vergüenza cómo vestirme, no vaya a ser que alguien pensara que voy buscando gustar, destacar. Y aprendí a escuchar a la vergüenza al desnudarme, no vaya a ser que me sintiera cómoda en mi cuerpo, y me acostumbrara a enseñar(me)lo sin miedo. Y aprendí a consultar con la vergüenza antes de abrir la boca, no vaya a ser que dijera sin filtro lo que me pasa por la cabeza, y se enterara la gente.

Y dejé de bailar, de reír a carcajadas, de rascarme el culo, de preguntar lo que no entiendo, de opinar lo que pienso, de compartir lo que siento, de pedir ayuda, de ponerme faldas, de ir a la playa, de comer o llorar en la calle, de ir sin sujetador, de pintarme, de salir sin pintar, de bajar a la calle despeinada, de usar esa ropa que dicen que no me pega nada, de llamar a quien echo de menos, de tomar la iniciativa, de decir que no, de decir que sí, de quejarme, de vanagloriarme, de estar orgullosa, de admitir que estoy asustada.

Y, a base de sentirme cada día más avergonzada, entendí que mi vergüenza nunca iba a sentirse saciada. Que toda la vida iba a imponerse entre yo y mi representante impostada. Así que busqué a mi sinvergüenza interna. Y le costó salir un poco, le daba vergüenza. Pero acabó sacándome a bailar, haciéndome dúo al cantar, saliendo conmigo a la calle con la cara sin lavar, animándome a hablar, a ignorar las cosas que me deberían avergonzar...

Y ahora no tengo tiempo para sentir vergüenza. Estoy ocupada viviendo.>>


FUENTE de texto: http://www.faktorialila.com/index.php/es/blog/82-faktoria-lila-web/blog/155-ensenar-las-vergueenzas

miércoles, 6 de noviembre de 2013

*pendiente de título*

INTRODUCCIÓN 

El deseo muere automáticamente cuando se logra: fenece
al satisfacerse. El amor, en cambio, es un eterno insatisfecho"

José Ortega y Gasset


A la vuelta, acordamos no vernos más. No de aquella manera. Se acabarían los encuentros tramadamente casuales en algún lugar de la playa, los besos a escondidas y las palabras que ardían. Dejar en Brasil todo lo que había sucedido allí. Lejos. Enterrarlo y olvidarlo. Era lo mejor. 

Ya llevaba tres semanas en casa, con la rutina de siempre. Deliciosa rutina. También en el trabajo todo continuaba igual, con la salvedad de aquellas miradas que sentía en la espalda cada vez que pasaba por su sección o cuando venía a mi zona de trabajo con la excusa de un inocente café -y esto lo hacía muy a menudo-. Sabía que me buscaba con sus ojos de gato, que quería contactar conmigo a ese nivel íntimo sin palabras que habíamos alcanzado en otras tierras menos peligrosas. Pero ahora yo lo evitaba. Podría decir que lo trataba como a un compañero más, pero lo cierto es que lo trataba con total indiferencia. Aquellos ojos felinos representaban un riesgo para mi vida, una pérdida de la cordura que tanto me caracterizaba, y que tanto descuidé en Brasil.

La tercera semana, como comentaba, ocurrió una de las cosas que más temía: recibí un mensaje suyo a mi teléfono privado. "No puedo cumplir" se podía leer en el vacío de mi enorme pantalla de cristal. Su “no puedo” podía significar dos cosas: o era una declaración de guerra o un reconocimiento de debilidad. En cualquiera de los casos me aterraban los límites a los que podía atreverse a llegar con la bandera de ese “no puedo”. No lo conocía lo suficiente en el plano personal, en su ambiente cotidiano, como para saber de qué era capaz o qué albergaba su interpretable mensaje. Nuestra "relación" solo duró el tiempo en realizar aquel trabajo en el extranjero. Y ni tan siquiera eso. Sólo los huecos ciegos de apenas dos meses. Pequeños ratos discretos que encontrábamos entre las horas laborales, las visitas turísticas con nuestro equipo y los descansos.  No sabía hasta qué punto sería capaz de llegar, y me aterrorizaba que fuera una persona terca o sintiera despecho por mi actitud. 

Decidí no responderle. En cuanto tuviera oportunidad, cuando me lo encontrara a solas, con gestos neutros, y como hasta ahora, fríos e indiferentes que no me delataran ante las miradas de aquellos ávidos de cotilleos, le hablaría claro. Hicimos un trato. Dejarlo todo atrás, donde tuvo lugar.

La mañana transcurrió con mucha tranquilidad. Apenas teníamos trabajo, y mis compañeros charlaban sobre las banalidades de siempre. Esto hizo que tuviera más tiempo para pensar en hipotéticas reacciones y desenlaces y que mi miedo fuera creciendo con cada situación funesta que imaginaba. Imaginaba muchas, y cada cual peor  

Vino a tomar café a eso de las 11:30, en el punto álgido de mi congoja. En el ambiente distendido que reina cuando tenemos una visita en un día sin demasiado trabajo, él se desenvuelve con soltura. Tiene un no sequé que fascina a todo el que le rodea. Hace bromas, cuenta historias divertidas, habla con sentido común, y todo el mundo le atiende. El ambiente se vuelve más alegre -o eso me parece-, todos se animan al escucharlo. Excepto en esas contadas veces cuando lo que lo caracteriza es todo lo contrario. Se vuelve apesadumbrado, sombrío y su rostro parece tenso y hostil. Cualquiera piensa que de un instante a otro puede estallar de furia. Nunca lo he visto explotar, pero en esos momentos no hay mucha gente que se le acerque a darle la oportunidad.

Aquella mañana estaba en uno de esos raros días. Callado y rígido. Yo, al igual que mis compañeros, estaba sentada a la mesa alta que teníamos en el cafetín, mostrándome lo más serena que podía. Los taburetes, altos también, dejaban mis pies colgando, y los sentía moverse levemente con cada uno de los latidos que no esperaban su turno dentro de mi pecho.

Se preparó su café en la máquina Tassimo con torpeza. Su habitual porte felino se había esfumado. Seguía cada uno de sus movimientos sin mirarlo. Podía sentir sus pasos largos, rápidos y pesados, buscando cucharillas, azúcar, servilletas o lo que fuera sin mucho éxito. Lo sentí quejarse y maldecir por lo bajo justo detrás de mí. Se había quemado las yemas de los dedos. Los demás seguían hablando, comentando cosas sin demasiada importancia y parecía que no se percataban de aquel manojo de nervios andante. Se colocó a mis dos, algo alejado del grupo y apoyándose en el alfeizar de la puerta comenzó a soplar y a darle pequeños sorbos a su vaso. Yo intentaba aplacar mis nervios con pensamientos racionales y los disimulaba con mi talante sosegado de siempre. No obstante, mis vísceras, a las que intentaba calmar, consiguieron desatar los lazos de mi raciocinio, y durante un instante, un breve instante, una fuerza más poderosa que mis nervios me giró la cabeza y mis ojos en su dirección. Me estaba mirando. Directamente. Con tirantez. Atento, como si no hubiera nada más, tensando el aire que nos separaba, y lleno de palabras que no comprendía. Nunca lo había visto así, tan agarrotado. Si hubiera sido un gato de verdad habría tenido las orejas curvas, protegidas, las pupilas dilatadas y la cabeza enterrada en los hombros en posición de ataque.

No creo que aquel contacto durara más de un segundo. De verdad, no lo creo. Pero la tensión fue tal que casi me caigo del taburete. Las palpitaciones me aumentaron y empecé a notar mi habitual calor en las mejillas y en la frente. Me di la vuelta con el disimulo de prepararme un té, dándole la espalda a todos los compañeros y escondiendo así mi rostro delator. Cuando conseguí serenarme volví a girarme, y él ya no estaba. Ni rastro. No se despidió, no hizo ningún comentario, no dijo su habitual –y no siempre cierto- "luego vengo". Nada. Simplemente desapareció. Como hacen los gatos.

No encontré ningún momento para hablar con él. Ese día estuvo perdido. No quería salir de la oficina y estar preocupada toda la tarde por lo que fuera capaz de hacer. 

A las 15:00 en punto terminaba nuestro turno. Normalmente a esa hora el hambre me devora, pero aquel día tenía un nudo de nervios que me impedía sentir cualquier otra cosa que no fuera pánico. La cola en la puerta era, como siempre, interminable. El protocolo es fichar y  salir por la puerta de seguridad. Existe una única puerta para el edificio y cada persona tiene su ritmo. De ahí las colas a la misma hora. En fin.

Cuando me acercaba a la fila, mi corazón volvió a saltar del susto. En penúltimo lugar estaba él, con los ojos aún tensos y la mirada inquieta. No se giró ni una sola vez, aunque sé que sabía que sólo nos separaba una persona -es demasiado observador-. Yo procuraba mirarle lo menos posible, aunque desde mi sitio lo notaba nervioso. Hasta que llegó su turno para fichar y salir no pude relajarme un poco. Sin embargo, mientras empezaba el ciclo de salida de mi compañero, pude ver, a través de los cristales de la puerta, que se había detenido. Estaba acuclillado, haciendo no sequé cosa a la altura de sus pies. Quizá algo con sus zapatos. Aunque yo sabía lo que estaba haciendo realmente: intentando ganar tiempo para esperarme y "encontrarme casualmente". Maldición. Mi compañero terminó y lo pasó de largo. Ahora me tocaba a mí y con cada paso que daba mis piernas temblaban y mi mente intentaba ordenar los pensamientos y las palabras a toda velocidad.

Al llegar a su altura se irguió y me miró con todo descaro.

-Has recibido mi mensaje- afirmó. Habló rápido pero con aplomo y claridad. Teníamos que decirnos todo cuanto antes. No había mucho tiempo, pues de camino al parking seríamos objeto de miradas fisgonas. Teníamos que cuidarnos especialmente porque desde hacía mucho tiempo -antes incluso de que comenzara todo este lio- ya éramos objeto de murmuraciones malévolas. No era de extrañar teniendo en cuenta que desde que llegué a la empresa fui objeto de su protección. Le caí en gracia desde el principio, y se puede decir que me apadrinó, buscando siempre las mejores condiciones para mí, liberándome de ser devorada por víboras y  levantando así las sospechas de los malpensados y las invenciones de los envidiosos. Cuando le respondí, ya teníamos al siguiente compañero siguiéndonos en la misma dirección.

-Tienes que dejar de hacer esto. Hicimos un trato. Cúmplelo, por favor. Nos podemos meter en un buen problema. Y yo lo paso muy mal.

-¿Lo pasas mal? -¿ironía o sorpresa? Aquello no lo entendí- ¿En serio quieres dejarlo todo atrás? -al mirarme sentí toda su fuerza en mí. Ya conocía ese ímpetu suyo en la intimidad, y comencé a preocuparme seriamente por si alguien lo estuviera viendo. Era tan obvio su deseo que cualquiera lo hubiera sentido. Y continuó -Sé que no. Esto es muy intenso. No me había pasado antes. No es normal. Intentar aplacarlo sería un crimen contra nosotros mismos además de imposible. No puedo. De verdad que no puedo.

-¿Y si te digo que sí que quiero acabar con esto de una vez por todas qué harás? – Quería saberlo. Quería saber hasta dónde llegaría. Si era una amenaza o una rendición. Nos acercábamos a mi coche. El suyo estaba varías filas más adelante. Tendríamos que separarnos en varios pasos.

Dudó al responder. Abrió la boca y se contuvo. -Me volveré loco- respondió simplemente.

Las piernas me temblaron aún más. Aquellos ojos tomaron por un breve instante forma de tristeza gatuna. Se repuso rápidamente y pretendió seguir hablando, pero ya mis barreras estaban convertidas en diminutos corpúsculos de arena. Aquella debilidad que sentía sólo por la variación de sus ojos se hizo poderosa y doblegó cualquier atisbo de cordura que quedara en mí después de aquel loco viaje. 

-Está bien, gato –respondí.

No volví a mirarlo, pero él entendió a la perfección lo que quise decir. Llamarle gato implicaba muchas cosas. Aquel apelativo escondía connotaciones que sólo él y yo entendíamos. Connotaciones que en aquella tierra que pisábamos ahora implicaba peligro. Aquella apuesta podía haberse tachado de pueril, pero era inevitable.

Me metí en el coche y lo encendí, recuperando poco a poco la razón y entendiendo -y aceptando- lo que acababa de suceder. Sonreí ligeramente. Y automáticamente volvió a mí un tipo de remordimiento en la boca del estómago que había conocido sólo en Brasil. Un remordimiento que olía a mar, sabía a sal y que variaba según bailaban los ojos de un gato.


domingo, 27 de octubre de 2013

Diálogos merodeadores (II): La correspondencia entre las sensibilidades musicales y el estado emocional


Hoy, 27 de Octubre de 2013, hallo impávido el día; lúgubremente gris se acuna en el sosiego de la niebla. Enclaustrada en arritmias musicales de vespertinos sueños y falsas ofrendas poéticas, me animo a escribir sobre aquella tarea anteriormente propuesta: la de reflexionar sobre la relación entre los estados anímicos y la música.




La música es y, aparentemente, siempre ha sido uno de los condimentos más sutilmente demandados en la existencia humana; sus desvaríos múltiples, transparentes y opacos preludian reuniones e incomprensiones varias. A través de sus proteicas expresiones melódicas cientos de seres humanos han amalgamado sus sentires en un intento –veces fallido, veces acertado– de aglutinar sus perennes penas y transmutarlas en júbilos esporádicos. Mas no es nuestra intención sostener vehementemente que la música tiene un carácter funcional único e irrefutable, pues entraríamos de lleno en el equívoco de las presunciones sociológico-positivistas que causalidades impusieron a los vacíos existenciales. No, la música, en toda su luz y oscuridad, se expande allá donde los recovecos del olvido han creído fallidamente llegar: desde la sencillez durmiente en los páramos inhóspitos de la naturaleza callada hasta la complejidad extrema de un universo que inconmensurable azota nuestro engreído orgullo antropocéntrico.

¿Quién no ha descubierto alguna vez, meditando “en” y “sobre” la música, ese mar multiforme de sensaciones vacuas y estridentemente desbordantes inundando su interior? ¿Quién no ha sentido su ser exiliado en las estepas de los tangos inquietos, las arias secretas o los arpegios inciertos? ¿Quién no ha visto temblar su ser en el pálpito de una arritmia musical que difumina los contornos espacio-temporales de todo ente autoconsciente? ¿Quién no ha sucumbido silenciosamente en las melodías ocres de una música hipnotizante, resbaladiza, pueril? ¿Quién no ha sido huida en el remanso fiero de los vivos pensares y dolores muertos que melodías balsámicas tornaron posibles en el auspicio del destierro? ¿Y quién no ha visto sonrisa arrancada, cuando no lágrima robada, del rostro sorprendido por la sórdida ternura y fulgurante belleza del (des)concierto musical?



La música, en cualquiera de sus formas, se erige en la sintonía de su regazo ambivalente fuerza motriz. En ella y con ella nos movemos. Ella, en su constitución poliédrica, puede ser a la vez antídoto de sufrimiento, removedora de nostalgias, cultivadora de melancolías o arquitecta de alegrías. Ahora bien, el diálogo que aquí nos concierne pretende gravitar, mayormente, siguiendo la estela elíptica de las emociones y su correspondencia, si la hay, con patrones musicales varios.

Tal y como sabemos, el ser humano es capaz de percibir un gran abanico sonoro mediante el sentido del oído1. La audición, producto de la extraordinaria ingeniería fisiológica que impera en nuestra biología, es engañosamente simple: unas moléculas se mueven en un “medio continuo”2 generando ondas determinadas acorde con las características físicas de la fuente sonora; dichas “ondas viajeras”3 se propagan –generalmente a través el aire– sobrepasando, con mayor o menor éxito, fronteras materiales diversas hasta llegar –con suerte– a la cadena de huesos más ínfima del cuerpo humano. En el oído medio las ondas sonoras se convierten en fluctuaciones mecánicas (transducción) que, integradas con posterioridad en el nervio auditivo, son transmutadas a su vez en impulsos eléctricos. Las células nerviosas de nuestro cerebro, las neuronas, procesan en el lóbulo temporal el sonido en cuestión, ahora convertido en resplandeciente actividad eléctrica. Aquí nuestro encéfalo, en la complejidad de la interacción bioquímica que lo constituye, interpreta susodichos impulsos eléctricos en imágenes sonoras y melodías bien definidas y concretas.



Si bien estos procesos sensoriales y perceptivos han sido adecuadamente estudiados, cabe plantear una cuestión no menos llamativa y tentadora: ¿cómo estas reacciones físico-químicas que determinan lo que percibimos como melodías o sonidos armónicos inciden en la configuración de nuestras sensibilidades musicales? En otras palabras: ¿de qué manera, una vez dado el paso del fenómeno físico al fenómeno psíquico, surgen recuerdos, emociones o acciones impulsadas por el cariz melódico de una pieza musical particular? Podríamos aventurarnos a decir, tomando en consideración el primer post de esta serie, que la sensibilidad estética posee cierta dependencia relativa de la experiencia sujeto-mundo, de tal modo que la relación sujeto-música constituye una experiencia única, un acontecimiento en el que una complejidad sonora se torna genuinamente coherente y accesible para uno o varios sujetos según el carácter de sus vivencias.

En virtud de los grados y cualidades experienciales que un sujeto posea con respecto al campo sonoro de las melodías y armonías, la imaginación y el razonamiento fraguarán estilos diversos de sensibilidad musical. Lo que nos interesa desentrañar, llegados a este punto, son las posibles correlaciones entre estados anímicos-emocionales diversos y tendencias musicales concretas. Para aclarar el propósito de nuestras reflexiones, consideramos propicio señalar aquellos postulados teóricos que describen las cualidades físicas de los colores y su correspondencia con estados psicológicos específicos. Atendiendo a la física del color –muy a grandes rasgos–, las diversas longitudes de onda de la luz permitirían al ojo discernir un color de otro. Ahora bien, la reacción psicológica que nuestra mente/cuerpo desencadenaría a partir de la sensación del color es lo auténticamente sorprendente: las ondas, según su frecuencia y longitud, provocarían estados psicológicos disímiles: allá donde las longitudes de onda más largas –correspondientes a colores más claros y llamativos (rojo, naranja, amarillo,…)– transmiten sensaciones de excitación, fulgor y pasión, las longitudes de onda más cortas –correlativas a colores más oscuros y sutiles (azules, violetas o liláceos)– despertarían sensaciones de calma, quietud y seguridad.


Es por ello que, sobre la base de las reflexiones anteriores, nos aventuramos a cuestionar si existe alguna correspondencia entre las cualidades concretas de un campo sonoro y un estado psico-emocional determinado. Acorde con la terapia alternativa basada en la música, esto es, la “musicoterapia”4, las diversas manifestaciones melódicas tendrían la capacidad de armonizar, potenciar y mejorar determinadas aptitudes o estados psicoafectivos. Veamos lo que la enciclopedia virtual “Wikipedia” nos dice al respecto:

<<La musicoterapia es el manejo de la música y sus elementos musicales (sonido, ritmo, melodía y armonía) realizada por un musicoterapeuta cualificado con un paciente o grupo, es un proceso creado para facilitar, promover la comunicación, las relaciones, el aprendizaje, el movimiento, la expresión, la organización y otros objetivos terapéuticos relevantes, para así satisfacer las necesidades físicas, emocionales, mentales, sociales y cognitivas.>>5

Si atendemos las cualidades físicas de los sonidos, la frecuencia, la intensidad, el timbre y la duración vendrían a determinar el carácter de ellos así como las cualidades del ritmo, la melodía y la armonía, dando lugar a manifestaciones musicales diversas. Tomando como base las aportaciones de la psicoacústica (rama de la psicología encargada de estudiar la percepción del sonido) y la musicoterapia, aceptamos el reto de elaborar un cuadro que manifieste, de forma amena y altamente sucinta, los géneros musicales, sus principales cualidades sonoras y las sensaciones que pueden causar:

[NOTA: queremos subrayar, antes de sumergirnos en la lectura del cuadro, el hecho de que las nociones aquí descritas no pretenden forjarse como “tendencias o definiciones inmutables” según el género musical; por el contrario, se tratan de aspectos que, dado el carácter personal de las percepciones, están abiertos al cambio. Del mismo todo, en el cuadro-resumen no se hallan todos los géneros musicales; para no alargar demasiado el post hemos decidido recurrir a los más nombrados].


INSTRUMEN-TALIZACIÓN Y VOZ
TIEMPO y RITMO
ALTURA
SENSACIONES QUE PUEDEN CAUSAR
BLUES
Género musical “negro”; destacan los instrumentos de carácter africano y las técnicas de guitarras basadas en el "slide", "bend" o   "vibrato". Cariz desgarrador en sus voces.
Patrón musical repetitivo de orígenes afroamericanos.

Predominio de sonidos graves: "juegos de llamadas y respuestas".
-Promueve la acción o el movimiento.
-Estimula la creatividad y la abstracción.
-Melancolía y catarsis.
-Carácter reivindicativo.
-Despojo emocional.
ROCK
Influido por el blues. Principalmente recurre a   instrumentos eléctricos (guitarra, bajo, órgano…) y percusión (batería). Voces potentes.
Aunque se dan tiempos y ritmos lentos (60-80 pulsos por segundo), predominan los rápidos (100-160 pulsos/min.)
Sonidos mixtos, agudos y graves: fuerza y vivacidad.
-Excitación e impulso hacia la acción: motivación.
-Emociones intensas y anímicamente elevadas.
-Retención y liberación de tensiones.

POP
Instrumentos eléctricos y no eléctricos (guitarra, bajo, piano…) y percusión (batería).
Alterna entre ritmos lentos, rápidos y moderados.
Similar al rock, predominan sonidos mixtos y agudos.
-Motivación hacia la danza rítmica.
-Emociones alegres. Sentimientos de unión y conmoción.
FLAMENCO
Por lo general, destaca el uso de instrumentos manuales (guitarra española, castañuelas,…) o corporales (palpadas, pisadas,...). Voces rasgadas y serenas.
Aunque el tiempo y los ritmos pueden ser variados,
predomina la sistematicidad del carácter lento y “adante”.
Variada. Características mixtas entre alturas agudas y graves.
-Altas dosis de emocionalidad.
-Carácter nostálgico, vivaz y pasional.
-Despojo de emociones huracanadas.
TANGO
El acordeón y la armónica suelen ser instrumentos recurridos. 
Voz melosa y serena.
Ritmo sistemático, de carácter "juguetón".
Cualidades variadas y mixtas entre tonalidades agudas y graves.
-Puede ser asociado a la expresión de majestuosidad,
el equilibrio de ánimo y la pasión.
-Carácter nostálgico,  melancólico y pasional.

 JAZZ
Influido por el blues. Predominan los instrumentos de viento madera, viento metal y percusión.
Ritmos y líneas melódicas muy diversas, abiertas a la improvisación y al juego armónico.
Uso del "swing".
Altura derivada de la música africana y afroamericana.
Cariz poliédrico.
-Se asocia con la creatividad.
-Incita a la acción o el movimiento liberador.
-Carácter reivindicativo y catártico.
SALSA
Destaca el papel de la percusión “latina”. Voces agudas y vigorosas.
Estructura rítmica repetitiva que toma como base "la clave de son".
De influencia musical cubana. Sonidos de carácter agudos y mixtos.
-Desenvoltura.
-Sensualidad.
-Sinuosidad del temperamento.
-Promueve la organización del movimiento en la danza con pareja.
RAP
Protagonismo destacado de la voz (sobre todo con el “beatboxing”).
Uso de sintetizadores y música electrónica. Instrumentos varios.

Ritmos sistemáticos y repetitivos con margen a la variación.
Se recurre al “turntablism” (uso giratorio de discos).
Altura sonora variada y mixta con predominio de   sonidos graves.
-Impulso hacia la reflexión y la crítica.
-El cariz de sus frases musicales es eminentemente reivindicativo.
-Liberación de la rabia.
BALADAS
Protagonismo de voces dulces y melosas, también rasgadas.
Instrumentos de cuerda y viento.


Ritmos lentos, opacos, pausados.


Sonoridad variada. Destacan los sonidos graves u opacas.
-Predominio de emociones de pérdida, melancolía, nostalgia y anhelo.
-Reconocimiento del dolor, la tristeza y lo imperecedero.
REAGGE
Guitarra, bajo, batería.
Destaca el efecto de la voz rasgada y el órgano “Hammond”.
Ritmo relativamente lento y repetitivo.
Tonalidades mixtas.
-Evoca la introspección y expansión mental.
-Carácter reivindicativo.
-Estimula la reflexión.
MÚSICA CLÁSICA
Instrumentos propios de la orquesta sinfónica (cuerda, viento-madera, viento-metal y percusión).
La mayoría de estos instrumentos fueron inventados antes del s. XIX.
Tiempos y ritmos variados: uso combinado de tiempos lentos, "moderatos" y “allegros.”
Su rango es de los más completos y amplios: desde el modo alegre y vivaz de su aguda sonoridad hasta los sonidos lúgubres, graves u opacos.
-Carácter majestuoso y solemne.
-Conexión espiritual.
-Experiencias de transcendencia o inmanencia vital.
-Paroxismo, exaltación de emociones alegres y nostálgicas.
-Promueve la creatividad, la relajación y la introspección.


Acorde con el cuadro aquí expuesto, cabe cuestionar: ¿es casualidad, o causalidad, que la música en la que predominan sonidos graves, ritmos lentos y timbres oscuros se relacione con frecuencias de onda sonoras bajas; correspondiéndose, en consecuencia, con estados emocionales alicaídos? De la misma forma: ¿hasta qué punto las frases sonoras predominantemente agudas, con ritmos rápidos y, por tanto, frecuencias altas, son correlativas a estados emocionales febriles, pasionales y activos? Podríamos añadir, con todo ello, que la sinuosidad de la línea melódica-armónica en cada caso acentuaría –o restaría– valor a tales sensaciones. No obstante, pese a lo dicho, se torna imprescindible enfatizar que las correspondencias que puedan fraguarse entre las sensibilidades individuales y los géneros musicales siempre tienden a reflejar una ponderación meramente orientativa; teniendo en cuenta nuestras reflexiones en enlaces anteriores sobre la relación "experiencia-sensibilidad-juicio estético/juicio de valor", el juicio estético y, por ende, la sensibilidad son eminentemente subjetivos.

Sea como sea, queridas merodeadoras, de ustedes depende la cualidad relacional que confeccionen con la compleja red del universo musical. Probablemente, el entresijo de nuestro sentir a este respecto puede alinearse con aquella frase articulada por un Tchaikovski rebosante de sapiencia: “En verdad, si no fuera por la música, habría más razones para volverse loco”.



Tras estas reflexiones no puedo más que dejar aquí, a modo de apología, un tema que expresa el carácter transcendental e imperecedero de la música. Esperando que les guste... Ahí va, con amor:

MÚSICA DE NACH – El Idioma de los dioses



JZRP.
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1 Hasta ahora el umbral de audición estimado para el ser humano se sitúa entre los 20 y 20.000 Hz.


2 Wikipedia lo define así:
<<Un medio continuo se concibe como una porción de materia formada por un conjunto infinito de partículas (que forman parte, por ejemplo, de un sólido, de un fluido o de un gas) que va a ser estudiado macroscópicamente, es decir, sin considerar las posibles discontinuidades existentes en el nivel microscópico (nivel atómico o molecular).>>

3Dicho muy sucintamente, las “ondas viajeras”, al contrario que las “ondas estacionarias”, se propagan linealmente por el aire sin interferir unas sobre otras. Para más información: http://www.eumus.edu.uy/docentes/maggiolo/acuapu/prp.html

4Cabe decir que no conviene concebir la musicoterapia como una herramienta terapéutica que expide recetas “musicales” como quien otorga paracetamol; más bien, habría de ser entendida como un procedimiento que favorece: (1) determinadas cualidades físicas o habilidades comunicativas (por ejemplo, la disfemia [o tartamudez] tiende a desaparecer mientras la persona en cuestión canta); (2) el bienestar emocional (a través de la relajación); (3) y, como consecuencia de todo ello, algunas capacidades cognitivas tales como la concentración, la memoria (mediante estrategias mnemotécnicas) o imaginación (creatividad).

5 Definición encontrada en Wikipedia; recurrimos a este diccionario virtual por su fácil acceso y la general legibilidad de sus contenidos de forma primaria. En relación a los géneros musicales encontramos lo siguiente:
<<Un género musical es una categoría que reúne composiciones musicales que comparten distintos criterios de afinidad. Estos criterios pueden ser específicamente musicales, como el ritmo, la instrumentación, las características armónicas o melódicas o su estructura, y también basarse en características no musicales, como la región geográfica de origen, el período histórico, el contexto sociocultural u otros aspectos más amplios de una determinada cultura.>>

Estos géneros se clasificarían según los siguientes criterios:

Características melódicas, armónicas y rítmicas.
Instrumentación típica.
Lugar geográfico.
Origen histórico y sociocultural.
Estructura de las obras (canciones, movimientos, etc.).
Normas y técnicas de composición e interpretación.
Medios y métodos de difusión.