viernes, 12 de julio de 2013

La metáfora de la teoría ondulatoria de la luz: humanos como frecuencias energéticas que se suman y restan en la interacción


Cada uno de nosotros existe durante un tiempo muy breve, y en dicho intervalo tan sólo explora una parte diminuta del conjunto del universo. Pero los humanos somos una especie marcada por la curiosidad. Nos preguntamos, buscamos respuestas. Viviendo en este vasto mundo, que a veces es amable y a veces cruel, y contemplando la inmensidad del firmamento encima de nosotros (…).


Con este interesantísimo párrafo comienza su libro el científico celebérrimo Stephen Hawking y su compañero, físico teórico, Leonard Mlodinow. El libro, llegado a mí a través de una de las merodeadoras en este blog presente, se denomina El Gran Diseño (2010).

Una de las explicaciones –como otras del libro, tan loablemente pedagógicas– que con más ímpetu ha removido mi atención concierne a la teoría ondulatoria de la luz. ¿Teoría ondulatoria de la luz, pero esto a qué viene ahora?, podrás preguntarte mientras una ceja se torna irónica en tu rostro. La razón es bien sencilla –y no simple–: los autores, en el momento de desarrollar un ejemplo sobre los procesos constructivos y destructivos de interacción ondular, aluden a las relaciones interpersonales. Hete aquí la prueba:



Pero, antes de adentrarnos en el extraño mar, veces turbulento, veces sosegado, de las relaciones (inter)personales, mejor atender las siguientes palabras (pinceladas que ayudan a darnos un panorama lógicamente asequible sobre la teoría objeto de estudio):

Según la teoría ondulatoria de la luz, los anillos claros y oscuros [denominados formalmente `Anillos de Newton´] son causados por un fenómeno llamado interferencia. Una onda, como por ejemplo una onda de agua, consiste en una serie de crestas y valles. Cuando las ondas se encuentran, si la crestas corresponden con las crestas y los valles con los valles, se refuerzan entre sí, dando una onda de mayor amplitud. Esto se llama interferencia constructiva. (...) En el extremo opuesto, cuando las ondas se encuentran, las crestas pueden coincidir con los valles de la otra. En este caso, las ondas se anulan entre sí (...) Dicha situación se denomina interferencia destructiva (p. 64-65).

Es aquí cuando podemos volver la mirada a la imagen anteriormente señalada: tal y como ocurre con las personas, escriben los físicos, cuando las ondas se encuentran tienden a reforzarse o a anularse mutuamente. Esto conlleva plantearnos una retadora y extraordinaria pregunta: ¿hasta qué punto somos lo que otros hacen que seamos?, ¿de qué manera algunos individuos nos hacen ser mejores –o peores– personas? ¿No les ha ocurrido, dentro de unos márgenes concretos, que allá donde un individuo parece pulir doradamente vuestro interior, otro revuelve los pensares que dan forma a vuestra mente coléricamente? ¿A qué se debe todo ello?

Podríamos aceptar, de acuerdo con la psicología motivacional o algunas filosofías del sujeto –eminentemente idealistas–, que toda persona, en tanto que ser independiente y consciente, es enteramente responsable del cariz de sus pensamientos, emociones y acciones. Sin intención de sumergirnos demasiado en los debates siempre eternos sobre la condición limítrofe del campo afectivo-emocional así como de su constituyente dialéctico, la dimensión cognitivo-mental, es menester considerar la siguiente idea: si bien el pensar y el accionar del ser humano poseen determinados márgenes de autonomía, es decir, dependen mayormente del sujeto del cual emanan, también es cierto que los mismos se ven influenciados por las personas circundantes. 



En virtud de lo dicho, podríamos alegar que el potencial estético, artístico o intelectual de un individuo puede verse mermado o enriquecido según el haz cognitivo-emocional fraguado entre él y otro(s) individuo(s). La noticia es, a mi entender, doblemente buena: los demás tienen la capacidad de sumar o restar cualidades diversas en nosotros mismos pero, en última instancia, estas cualidades han de residir de una forma u otra en nuestro interior. En otras palabras, a no ser que descubramos repentinamente en nosotros algún talento oculto gracias a la mayéutica de un amigo o amiga, la fuerza de las subidas anímicas (crestas) o de las bajadas (valles) vendrá determinada por cuán alta o baja esté nuestra frecuencia cognitivo-emocional en la cotidianidad que nos confecciona.

Si de amistades productivas hablamos las merodeadoras son, con todo ello, cuatro ondas que parecen enriquecerse potencialmente en distintos niveles y ámbitos. En aras de alimentar las crestas que nos unen y sobrepasar los valles que puedan resquebrajar los ánimos, brindo por la amistad como un ingrediente básico –a veces socialmente descuidado– del caldo de cultivo personal.

¡Ábrase la travesura y vaya volado un Lumo-abrazo!

JZRP.

jueves, 11 de julio de 2013

El menú para ser una buena merodeadora



Como todo en la vida, la comida es uno de los elementos más importantes para desarrollar cualquier actividad. Es por ello que una buena merodeadora debe disponer de los siguientes ingredientes básicos:

- Buenos y sanos alimentos.
- Cariño y amor hacia tu compañera merodeadora.
- Sentido del humor merodeador.
- Respeto.
- Buenrollito (esencial)

Es una combinación perfecta, que conduce al éxito seguro, y es que cuando las merodeadoras se reúnen, no existe la noción del tiempo, de repente: uy, es la hora de irnos (infinita tristeza)

Una de las últimas veces que tuvimos la posibilidad de estar todas juntitas y revueltas, lo hicimos alrededor de una mesa con estos manjares:

  • Empanadillas de espinacas y queso
  • Crema de calabacín buena buena
  • Fondue de quesos dentro de pan payés 
  • Tarta familiar mil colores


Y es que es tan maravilloso compartir un menú así con grandes personas, que dan una energía y un buenrollismo, que casi casi no hace falta comer para tener tanta fuerza.

Y como siempre me gusta compartir canciones, esta vez comparto una emocionante, al menos para nosotras, ¿no queridas?