Las Nuevas Tecnologías y el tiempo libre se conjugan en verano
como dos espacios de reposo unidos por la constelación "amistad". Un
ejemplo de ello lo constituyen las diversas conversaciones soslayadas por los
rincones incautos de nuestro mapa-mundo merodeador, conversaciones fruto del
interés y la pasión por compartir lo que la sesera y el corazón a veces
aguardan.
Imagen: Las tres gracias (Rubens)
Si revisamos la memoria del "giratiempo" que nos ha
acompañado en los últimos días, tres son las temáticas en torno a las cuales
han gravitado nuestros diálogos:
1) La relación entre experiencia, sensibilidad y juicio de valor;
con la sagaz merodeadora Yurena.
2) La correspondencia entre las sensibilidades musicales y el
estado emocional; con la lucidez nocturna de la merodeadora Adassa.
3) Apreciación estética, personalidad y vestimenta adolescente:
un ejercicio de retrospección; con la afabilidad de la merodeadora Rebeca.
Puesto que cada uno de estos temas posee un nódulo conceptual
común –aquel relativo a los juicios estéticos y sensibilidades–, considero
oportuno dedicar un post (o los que sean necesarios) a la reflexión que a raíz
de ellos se genera. Empecemos por el punto 1 (la relación entre experiencia,
sensibilidad y juicio de valor).
Imagen surrealista de Salvador Dalí
Un debate de importancia significativa que concierne
tanto a los fundamentos teóricos de la estética filosófica como a los
postulados de la denominada Psicología de
la Gestalt es aquel relativo a los juicios de valor derivados de las
percepciones y experiencias “sujeto-objeto”.
Estableciendo una diferenciación entre la “sensación”
–entendida como la entrada de información sensorial en nuestro organismo– y la “percepción” –concebida como el
procesamiento cognitivo que se ejecuta en nuestro cerebro correlativamente a la
adquisición de “material sensorial”–
podemos decir que, si bien en ambos procesos se requiere la función cognitiva
atencional, sólo en la percepción están implicados mecanismos cognitivos
complejos tales como la memoria, el razonamiento, la imaginación o la
inteligencia.
A la hora de llevar a cabo un “juicio de valor”, esto es,
la articulación de un enunciado que contenga valoraciones u opiniones concretas
que estimen o desestimen un concepto, objeto o hecho, diversos elementos
cognoscitivos se activan. Si aceptamos que la cualidad lógica y relacional de
dichos elementos depende del componente perceptivo, es decir, de los procesos
de asimilación, integración y canalización de la información adquirida,
podríamos aceptar que la “experiencia” se torna condimento indispensable para
la confección de cualquier juicio de valor.
Dadas estas consideraciones, cabe aludir a las siguientes
cuestiones: (1) ¿hasta qué punto la experiencia o, en otras palabras, la
interacción sujeto-mundo determina la fortaleza y validez de los juicios de
valor?; (2) ¿de qué manera la experiencia inmediata con un sujeto u objeto es
directamente proporcional a una mayor sensibilidad artística, estética o afectiva
con respecto al mismo? Para responder estas preguntas es menester atender qué componentes
han conformado la temática objeto de análisis en nuestro debate merodeador:
Por un lado, tenemos una película, producto cultural u
obra de arte que suscita unas reacciones físico-químicas autónomas –emociones–
a la par que unas consideraciones lógico-cognitivas intencionadas
–reflexiones–; por otro lado, hallamos unos juicios de valor derivados de ambas
reacciones o respuestas –emocionales y mentales–. Sin intención de establecer
una relación dicotómica irresoluble entre “razón-emoción”
(sobre la cual Antonio Damasio ha ofrecido información extraordinariamente
relevante y, de cierta manera, “copernicana”),
pasaremos a observar de qué manera estos componentes se articulan en una serie
de dimensiones que conviene tomar en consideración:
a) La dimensión
concerniente a los juicios de valor (predominancia de lo cognitivo-lógico-racional).
b) La dimensión
referente a la sensibilidad estética-emocional (predominancia de lo afectivo-emocional).
c) La dimensión relativa
a la experiencia (aspecto fáctico).
Si bien se puede decir que cada una de las dimensiones se
ve influenciada por la anterior, es decir, la última (c) fundamenta las dos
primeras y, a su vez, la segunda incide notablemente sobre la primera, cabe aceptar
una condición bidireccional que forja imbricadamente la retroalimentación de
dicha triada dimensional. Llegados a este punto, estimamos oportuno –siguiendo
a Kant– realizar una diferenciación entre el juicio lógico y el juicio
estético; este último, en contraste con el primero, no aporta conocimiento
sobre el objeto en cuestión ni se apoya, en el caso de la belleza, en ningún
fundamento de interés relativo al sujeto o al objeto. Veamos lo que nos dice
Wikipedia al respecto:
“Kant
determina tres tipos de complacencias: la de lo agradable, que es aquel tipo de
obra que simplemente deleita, la de lo bueno, que es estimado bajo valor
objetivo con atributos ajenos al juicio desinteresado, y lo bello como aquello
que place. Sólo lo bello entra en el ámbito del auténtico juicio estético, pues
es una complacencia desinteresada y libre, sin reposar en interés alguno, ni el
de los sentidos, ni el de la razón, ni el de la fuerza de aprobación.”
Imagen: Inmanuel Kant
En concordancia con nuestros análisis, podríamos decir
que la conmoción correlativa al juicio estético entroncaría con la denominada “sensibilización”,
esto es, la cualidad pura y cruenta de mimetizarnos con el producto artístico
o, al menos, percibir en nosotros un sentimiento de apreciación o belleza ajeno
–en principio– a los filtros del razonamiento consciente1. Teniendo
en cuenta, por un lado, que la “belleza libre” se diferencia de la “belleza
adherente” en la indeterminación conceptual del juicio emitido –de modo que
esta última sería dependiente del concepto o fin del objeto sentido/percibido2–,
y tomando en consideración, por otro lado, que la experiencia (vivencia y
memorización de un hecho) implica cierto procesamiento lógico de la información,
cabe estimar que la sensibilidad “desnuda” de conceptos referente a una obra de
arte puede situarse más allá de una correlación necesaria con la
existencia/ausencia de una determinada experiencia.
Siguiendo la línea de estos razonamientos, consideramos
oportuno recurrir a Locke y su noción de “ideas”: si bien las “ideas simples” acaecen
en y desde la mente por la afección de los sentidos, “las ideas complejas”, sin
embargo, operan a un nivel que supera la condición limítrofe de los datos
sensoriales. En este sentido, el potencial cognoscitivo de estas últimas quedaría
desembarazado de toda delimitación sensorial, posibilitando la creación de
ideas “sui géneris” desde las fértiles tierras del neocórtex. Por su parte, la propia
Psicología de la Gestalt, en la medida en que propugna que el “todo” mental (la
figura o “gestalt” en alemán) no se reduce a la suma de sus partes (las
percepciones serían, por tanto, algo más que un cómputo infinitesimal de
interacciones entre quarks y leptones), también pondría en evidencia el
carácter protagónico de la cognición en la construcción del conocimiento, por
lo que la “exterioridad del mundo” tomaría una morfología antrópica en la mente
humana que la supera o trasciende3.
Imagen manifiesta versus imagen física
Todo ello tornaría plausible la reflexión sobre la
“autonomía” relativa que nuestros juicios estéticos, percepciones y
razonamientos podrían tener con respecto a la realidad física externa.
Retomando la temática objeto de estudio, consideramos que en el caso de los
juicios estéticos y las sensibilidades artístico-afectivas la determinación experiencial
se volvería aún más ininteligible [que en los juicios lógicos], siendo la
imaginación y el entendimiento –como apunta Kant– elementos constituyentes
fundamentales. Lo que pretendemos transmitir con estas reflexiones es que, dada
la complejidad de todo procesamiento perceptivo, el entramado causal que
impulsa a un sujeto a sentir o determinar la belleza de un acontecimiento o
producto cultural es múltiple, por lo que asociar de manera monocausal e inequívoca
la sensibilidad o el juicio estético con la presencia/ausencia de una
experiencia concreta no resultaría del todo consistente.
Si bien los análisis hasta ahora expuestos nos invitan a
plantearnos la relativa independencia causal entre “el mundo manifiesto” y “el
mundo percibido”, más concretamente considerando la correlación entre la
apreciación estética (sensibilización) y el número o carácter de las
experiencias adquiridas con respecto al objeto/hecho en cuestión, a
continuación reflexionaremos brevemente sobre la relación sensibilidad-juicio
de valor. Siguiendo la misma lógica de los postulados anteriores podríamos
decir que, a diferencia de la sensibilidad, el grado de certeza de un juicio de
valor dependería mayormente del grado de conocimiento que se posea sobre un
producto cultural, y no tanto de la intensidad sensitiva evocada por dicho
objeto. He ahí la importancia que supone diferenciar primeramente el carácter
constitutivo de las distintas dimensiones estudiadas (juicios lógicos o de
valor, sensibilidad estética y realización fáctica).
A modo de conclusión, sin ánimo de caer en excesos o
defectos informativos4, cabe resaltar que las consideraciones aquí
soslayadas han pretendido, a grandes rasgos, analizar críticamente tanto la
relación experiencia-sensibilidad
como las relaciones de causalidad sensibilidad-juicio
de valor. Ello ha supuesto tener en cuenta, por una parte, que la
experiencia directa (recopilación sensorial) no debe ser considerada
descuidadamente elemento totalizador, inequívoco o absoluto en la definición de
las sensibilidades artísticas y, por otro parte, que estas últimas tampoco
determinan incondicionalmente la validez de los juicios de valor. El “quid” de
la cuestión radica, a nuestro entender, en tomar consciencia sobre la
complejidad de las relaciones sujeto-objeto/mundo, así como de las
sensibilidades, formas de conocimientos y juicios que se derivan de dichas
experiencias.
JZRP
1 Cabe enfatizar que
allá donde el juicio lógico está dirigido, principalmente, hacia el objeto
(digamos, hacia las cualidades “objetivas” del mismo), el juicio estético estaría
mayormente fundado y referido a las cualidades subjetivas, siendo el principal
punto de reflexión o estudio el sujeto propiamente dicho. De ahí que Kant
comente:
“Para
distinguir si algo es bello o no, no referimos la representación mediante el
entendimiento al objeto, con fines cognoscitivos, sino que a través de la
imaginación (quizá unida con el entendimiento) la referimos al sujeto y al
sentimiento de agrado o desagrado. Así pues, el juicio de gusto no es un juicio
de conocimiento y, por tanto, no debe considerarse como lógico, sino que es
estético, entendiendo bajo tal denominación aquello cuyo fundamento
determinante no puede ser sino subjetivo.” (CJ,
3ss.).
2 Nuestros análisis se desviarían hacia otros derroteros –eminentemente
pantanosos, aunque no por ello menos atractivos– si abordamos la cuestión concerniente
a la posibilidad/imposibilidad de independencia “lógica” de los juicios estéticos
en tanto que expresiones discursivas.
3 La posición por la cual el ser humano se concibe como ser
determinante en la configuración o modo de “aparecer” del mundo exterior supone
uno de los debates más suculentos de la epistemología filosófica (si procede,
dedicaremos alguna entrada a ello).
4 Estimamos necesario subrayar que las consideraciones
que aquí se realizan poseen un carácter breve y sucinto que, la mayor de las
veces, no hace justicia a la profundidad de los debates existentes y dedicados
a esta temática. Téngase en cuenta, por tanto, que lo aquí escrito no pretende
ser algo más que una reflexión informal sobre temáticas de interés variadas,
siempre abiertas a discusión, rectificación y debate.