Bienvenido a
nuestro espacio personal, a nuestra “sala común”, coge una taza de chocolate
caliente, ponte cómodo y disfruta querido lector. Es hora de realizar las presentaciones,
¿estás listo?
Los grupos de
amigas suelen surgir tras compartir unos meses de formación (colegio,
instituto, la universidad…), un curso o una afición (la práctica de un deporte,
tal vez). Sin embargo, este grupo de mujeres salvajes nace en un contexto
particular bajo circunstancias extraordinarias.
Las cuatro no
hemos estudiado lo mismo, no tuvimos el honor de asistir a Hogwarts ni de
pertenecer a la misma casa; entre nosotras tenemos a una maestra/psicopedagoga/filósofa,
una abogada/cocinera, otra abogada/ mecánica de aviones y, finalmente, una
educadora social/psicopedagoga/investigadora. Tampoco hemos asistido a un curso
juntas, ni hemos practicado ningún deporte (el quidditch no ha llegado a
nuestro mundo aún), no pudimos unirnos al Ejército de Dumbledore ni conocernos
mientras aprendíamos “Defensa contra las artes oscuras”.
A pesar de no haber
compartido un mismo espacio durante más de 10 horas, resulta que entre nosotras
sí que hay vínculos emocionales tan sólidos como las raíces de un árbol
centenario.
Este grupo que
se reúne para cocinar, jugar, hablar sobre literatura, cine y filosofar de vez
en cuando, surge a raíz de las conexiones que fuimos creando cada una de nosotras
de manera particular. Y parece que al final teníamos que encontrarnos e
irremediablemente formar este exclusivo clan. Un grupo que comparte más cosas
en común que muchos otros que se forjan tras meses de continuada convivencia en
un edificio institucional o formal.
Un grupo que
desprende conexión y energía, concibiendo un ambiente cálido, acogedor, pero
sobre todo, natural.
Un grupo que a
pesar de echar mano de las redes sociales para consolidarse ha traspasado las
fronteras del tiempo y espacio (pues no siempre compartimos la misma isla).
Hoy debo
agradecer a esa serie de eventos encadenados que provocaron esta unión fresca,
rocambolesca y desinhibida. Brindo por una larga y fructífera relación donde el
juego es el entrante, la risa el plato principal, y el cariño el postre.
¡Travesura
realizada!